Con el comienzo del Año del Buey (26 de enero), espero que la ansiedad y el miedo del Año de la Rata cedan su lugar al resurgimiento de la confianza. Nuestro complejo mundo económico puso a prueba las teorías y llevó a cabo los experimentos. Algunos de ellos fallaron; otros fracasaron, y otros aún siguen buscando su validación. Estamos navegando en aguas inexploradas, ya que la magnitud del desapalancamiento que nos espera no tiene precedentes. Para evitar ahora una trampa de liquidez, y para proteger la viabilidad de la expansión económica a largo plazo después de un aumento repentino en la deuda pública, debemos trazar un nuevo rumbo en análisis político, económico y financiero integrados, manteniendo el comportamiento humano como un elemento clave en la estructura del riesgo. Dado que el resultado económico es determinado por lo que nosotros (y nadie más) hagamos como participantes económicos, es importante recordar que hay siempre dos enfoques en los tiempos difíciles: o bien abandonamos la partida y rendimos las armas, o encontramos activamente una solución, y nos esforzamos por producir frutos.
Podría alegarse que la mitad de la batalla de la recuperación económica es asunto de confianza. Contra el desarrollo de la confianza trabajan los titulares negativos, por ejemplo los que describen los 2,6 millones de empleados perdidos en el 2008 como lo peor que ha sucedido desde 1945, sin considerar seis décadas de expansión demográfica. También trabaja contra la confianza la descripción de quienes describen la situación económica como similar a la Gran Depresión de 1929-33. Está claro que la economía está pasando por un doloroso proceso de ajuste, y que la situación actual es muy difícil. Pero necesitamos reconocer que la tasa de desempleo está lejos de ser la de principios de las décadas de 1970 y 1980. A principios de los años 80 vimos una tasa de doble dígito durante 10 meses consecutivos. La tasa de desempleo de 7,2% registrada en diciembre fue siempre inferior a la registrada en 1992 (7,8%), y lejos de la registrada en la Gran Depresión, cuando una de cada cuatro personas había perdido su empleo.
Debemos también reconocer que, a pesar de que el comité que asigna fechas al ciclo de negocios (Business Cycle Dating Committee) de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER en sus siglas en ingles) declaró una recesión en diciembre del 2007, el PIB real aumentó 1,3% en el 2008. Fue alrededor del mes de septiembre cuando ocurrió el desplome de Lehman, y la congelación subsecuente del mercado de crédito tradujo un año entero de crisis financiera en un colapso de todas las actividades económicas. Desde entonces, el pánico ha sido generalizado, con efectos reforzadores.
Es igualmente importante reconocer que las medidas políticas han sido rápidas, y que la intención ha estado claramente orientada a la estimulación de la economía. Lo han demostrado tanto la administración Bush como la entrante administración Obama. Y ello está en marcado contraste con la Gran Depresión, cuando el gobierno aumentó los impuestos y las tarifas, y cuando no había una Corporación Federal de Seguros de Depósito (FDIC en sus siglas en inglés) para proteger a los depositantes.
En los próximos meses, al menos, seguiremos viendo una batalla cuesta arriba para encontrar e implementar las medidas políticas correctas, y veremos también una lucha para comunicar los mensajes sustantivos e inspiradores. Los primeros 350 mil millones de dólares del Programa de Asistencia para Activos en Problemas (TARP en sus siglas en ingles) usados principalmente para apuntalar el índice de capital del sector bancario, junto con las medidas tomadas por la Reserva Federal, han producido signos tentativos de estabilización. A medida que TED Spread se propagó, bajó un indicador económico del riesgo percibido de crédito, y las tasas hipotecarias han bajado notablemente también. La segunda tanda de 350 mil millones de dólares que actualmente espera la aprobación del Congreso tiene por objeto ser una mezcla de recortes de impuestos y gastos federales. El monto es aproximadamente 2,5% del PIB anual. Muchos esperan más estimulo fiscal, con la nueva administración.
En el aspecto monetario, el problema económico principal que enfrentamos es una liquidez o disponibilidad monetaria, que afecta directamente las actividades de consumo e inversión. A pesar de los notables esfuerzos de la Reserva Federal para aumentar la base monetaria, la liquidez se secó en cuestión de meses, cuando la porción privada de la misma se desplomó. Esta parte incluye diversos tipos de activos típicamente líquidos (por ejemplo los títulos con aval hipotecario) que tienen un valor monetario asignado. Cuando la aversión al riesgo aumentó, ante los precios inmobiliarios en baja, la demanda de títulos con aval hipotecario desapareció, y la expansión crediticia anterior fue seguida de una contracción del crédito.
Así que, ahora, la cuestión es saber cómo estimular la disponibilidad monetaria total (o “liquidez”, hablando en términos generales) estabilizando y revitalizando más la disponibilidad del dinero privado mientras aumenta también el dinero público. En eso están trabajando, precisamente, el gobierno y la Reserva Federal, en un intento de limitar los riesgos negativos de los activos en dificultades – la base de muchos productos titularizados – a través de compras y garantías de estos activos, e inyectando directamente capital en el sector privado. Es obvio que enfrentamos una crisis mayor a escala global. Nunca sabemos con seguridad la forma en que tomará la perspectiva de expansión porque nadie está, literalmente, al frente del volante para cambiar el rumbo, pero todos sí estamos al volante para incidir en el rumbo que llevamos. A pesar de la frecuente confusión, ya se están gestando muchas medidas políticas, dotadas de los ingredientes correctos. Es importante darles la oportunidad de producir sus efectos.
Esperemos que el Año del Buey despliegue sus características deseables de diligencia, fiabilidad, sinceridad, fortaleza y solidez de juicio. Es importante evitar que una mentalidad negativa se transforme en profecía que acarree su propio cumplimiento, y menoscabe el pensamiento racional. Si en esta época el optimismo suena demasiado fuera de tono, entonces qué tal considerar el Año Nuevo con menos pesimismo. Después de todo, sólo si la confianza regresa podremos esperar una recuperación realista. Y todos queremos ver una recuperación.